Nacido en la provincia de Cartago, el día 24 de noviembre de 1920, en el hogar de sus señores padres Don Juan Rafael Aguilar y Ángela Piedra Mejía, la mayor parte de su vida la vivió en Barrio El Molino, lugar en donde fue muy querido y respetado, casado con Doña Cristina Díaz Olsen y de este matrimonio nacieron 8 hijos, entre ellos Mario, Ricardo, Alejandra, Ricardo, Carlos y Álvaro, Alejandro Aguilar Díaz, Él estudió en el Colegio San Luis Gonzaga de Cartago, provincia en la que trabajó como maestro en Tucurrique, en la Gloria, Tejar y Llano Grande, Así, vemos en el decenio de los mil novecientos treinta a un joven recién graduado de Bachillerato del Colegio San Luis Gonzaga como maestro en Tucurrique, una comunidad de herencia indígenas contemporáneas. Seguiría luego en su aventura por la vida como maestro rural en la Gloria, Tejar y Llano Grande de Cartago. Posteriormente pasa a al Departamento de Historia Nacional del Museo Nacional, en donde terminaría de perfilar su futuro profesional. Aguilar fue el primer arqueólogo profesional costarricense. Su perseverancia firme como roca, lo convirtió en el papá y defensor del testimonio en piedra que guarda el Parque Nacional Guayabo.
Luego laboró en el Museo Natural del Museo Nacional de Costa Rica. En 1939, por iniciativa del aquel entonces ornitólogo y Director del Instituto Sthmisonian de Washington, a quien don Carlos asistió en el Museo Nacional, opta por una beca para estudiar Arqueología en la Escuela Nacional de Antropología de México . En 1946, se convierte en el primer arqueólogo profesional centroamericano.
Don Carlos fue docente en la Universidad de Costa Rica desde 1962 hasta 1980, cuando se jubiló.
“Con su llegada a la Universidad de Costa Rica, la arqueología adquiere categoría profesional y se le asigna un espacio importante dentro del conjunto de las Ciencias Sociales”, Producto de la labor que desarrolló en Guayabo publicó el libro Guayabo de Turrialba Arqueología de un sitio indígena prehispánico, obra que aún sigue siendo consultada.
En 1968 creó el Laboratorio de Arqueología de la Escuela de Antropología, el cual lleva su nombre en reconocimiento a la gran labor e interés por conservar el patrimonio arqueológico nacional, pues fue un luchador incansable contra los comerciantes y huaqueros que venden o destruyen el patrimonio. El laboratorio abrió sus puertas con colecciones arqueológicas de 1942, como es el material cultural del sitio Retes, ubicado en las faldas del Volcán Irazú y se fue enriqueciendo con el paso de los años con material arqueológico de muchos sitios investigados. Don Carlos Aguilar Piedra reportó cerca de trescientos sitios arqueológicos en todo el país y las investigaciones posteriores han ampliado esa cifra a seiscientos.
El trabajo de Guayabo y otro titulado Contribución al estudio de las secuencias culturales en el área central de Costa Rica, le permitieron escribir luego la Secuencia cultural para el Valle Central de Costa Rica, obra que a criterio de las antropólogas fue su mayor aporte intelectual. Hoy, sus palabras evidencian su entereza y fortaleza, sapiencia y pasión por el chamanismo o magia indígena.
Carlos Aguilar Piedra enseñó cabécar, y recibió premios como el Cleto González Víquez de la Academia de Historia (1966), el Nacional de Ensayo Científico Aquileo J. Echeverría (1972), el Premio Magón y el Ícomos (1999). También ha escrito gran cantidad de textos.
Además de ser una autoridad en su materia, don Carlos es apreciado como un modelo de superación. Solo como ejemplo, él aprendió a usar computadoras a los 82 años, para digitar e ilustrar su libro, El jade y el chamán. Aguilar también ha sido guardián de los principales objetos arqueológicos del país.
El interés de don Carlos por la arqueología comienza allá por 1932 cuando, junto con don Elías Leiva, excavaron algunas tumbas indígenas en Tierra Blanca. Esa inquietud por la investigación, manifestada desde edad muy temprana, hizo que en 1940 el reconocido geólogo, Alfonso Segura Paguagua, lo recomendara con don Juvenal Valerio, director del Museo en ese tiempo, que lo contrató para dirigir la Sección de Zoología, entre 1940 y 1941. Ahí conoció a don Alexander Wetmore, ornitólogo del Smithsonian Institution, a quien acompañó en sus giras de trabajo y quien lo impulsó para que viajara a estudiar a México.
Fue el primer graduado del país, en 1946, de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), de México, uno de los centros de enseñanza de la arqueología más prestigiosos en América. Su tesis sobre la orfebrería del México precortesiano es un clásico sobre el tema y fue reimpreso recientemente..
En 1947 regresó a Costa Rica y hasta 1948 ejerció la jefatura de la Sección de Arqueología del Museo Nacional, labor que compartió con las funciones de inspector de escuelas indígenas en la zona sur. En 1962 empezó su labor en la Universidad de Costa Rica, donde fue impulsor de la apertura de la carrera de arqueología y educador de las primeras generaciones de arqueólogos.
Don Carlos ha sido maestro en el sentido integral de la palabra, aquel que guía e instruye, un consejero al que acudimos en busca de ayuda.
Visión integral
Es importante resaltar su trabajo en Guayabo, donde retoma la concepción nacionalista de la escuela mexicana en su esfuerzo por conservarlo y ponerlo en valor como un lugar de visita, de estudio, de entrenamiento de arqueólogos nacionales y de estudio de las raíces de las condiciones actuales.
Con sus excavaciones arqueológicas en Guayabo y el Valle Central establece secuencias culturales que son punto de referencia obligatoria, y extendieron la historia de este país muchos siglos antes de la llegada de los españoles.
Don Carlos ha sido un ejemplo con su producción bibliográfica, donde ha abarcado una gran cantidad de temas: secuencias culturales, religión y magia, síntesis de la historia precolombina, jade, oro, chamanismo, entre otros. Él escribe desde la experiencia y la autoridad que dan los años. En palabras de Aguilar, «la publicidad y la gente olvidan cuál es el papel de la historia en la vida: para eso es la arqueología». Esta es la ideología que ‘don Carlos’ ha inculcado en los arqueólogos nacionales a través de su ejemplo y de sus enseñanzas.
Pionero. Contaba don Carlos que su pasión por la arqueología se inició allá por 1932, cuando, junto con Elías Leiva, otro ilustre cartaginés, excavaron algunas tumbas indígenas por el lado de Tierra Blanca.
El interés tan manifiesto del joven Carlos Aguilar por la investigación no pasó inadvertido. Primero, Alfonso Segura Paguagua, reconocido geólogo, lo recomendó a Juvenal Valerio, director del Museo Nacional en ese tiempo. Valerio lo contrató para dirigir la Sección de Zoología del museo entre 1940 y 1941.Su tesis versó sobre las técnicas de la orfebrería americana. De aquella se desprendió la publicación de La orfebrería en el México precortesiano (1946), libro que anticipó sus posteriores trabajos sobre la metalurgia de Costa Rica y Panamá. Luego de su retiro, en 1980, los arqueólogos contamos siempre con su consejo oportuno durante sus visitas periódicas a la universidad y al museo.
Herencia. El legado de don Carlos cubre varios campos esenciales del conocimiento de las sociedades precolombinas. Con sus excavaciones en Guayabo y el Valle Central, él estableció una secuencia de ocupaciones culturales que sigue siendo punto de referencia obligatoria.
Además, realizó la excavación de los singulares objetos de madera de Retes. Ya nos había hecho la confidencia de que, si no hubiera sido arqueólogo, habría sido artesano, como su padre.
Siempre se reconoce esa múltiple labor de don Carlos, pero nos ha costado mucho seguir su ejemplo. Un verdadero reconocimiento sería que el Estado adquiera y conserve los sitios arqueológicos más importantes y que se cree la Dirección Nacional de Monumentos y Sitios. Don Carlos realizó el primer estudio formal y un catálogo de las piezas de oro de la colección del Banco Central como punto de partida para el naciente Museo del Oro. Similar papel cumplió con la colección que dio origen al Museo del Jade. — con Carlos Aguilar Diaz.